Las lágrimas la bloquean cuando vuelve a aquella noche. Se quiebra con una facilidad que conmociona. Le cuesta ordenar lo que siente, lo que sufre, lo que atenta contra ella todos los días. Jura que su vida cambió para siempre y ni siquiera hace falta que lo ponga en palabras.
Las lágrimas la bloquean cuando vuelve a aquella noche. Se quiebra con una facilidad que conmociona. Le cuesta ordenar lo que siente, lo que sufre, lo que atenta contra ella todos los días. Jura que su vida cambió para siempre y ni siquiera hace falta que lo ponga en palabras.
Cuenta que aquella noche del 26 de junio de 2021 ella dijo que no. Que quedó tan dolorida que al otro día fue al Hospital Penna y que allí las médicas le dijeron: “Mamita, te violaron. Hacé la denuncia”. Que tenía golpes y sangrado. Que le quisieron hacer test y prevención de HIV, algo de rigor en un abuso, y que ella no quiso porque el agresor era su pareja.
Las médicas no confirmaron su relato, pero ella dice no preocuparse por si le creen o no, si la recuerdan o la olvidaron. Lo mismo le pasa con quienes la miran con escepticismo, porque sabe que ella también estuvo ahí cuando otra mujer denunció a Villa por violencia de género. “Me arrepiento de no haberme puesto de su parte”, reconoce.
Tamara tiene un hijo de siete años. La nota tiene que esperar a que lo lleve a futbol, a que lo acompañe. “Hablo porque necesito que haya justicia”, explica. “Porque no es justo que a él lo ovacionen y yo tenga la vida arruinada”.
”Me quisieron comprar, pero esto no se compra”, afirma. “Me arruinó la vida”, remarca.