Tuvo que meterse en el barro, River. O en el Barracas, en este caso. Un triunfo, el del equipo de Gallardo, necesario en muchos sentidos, pero especialmente en uno: con temple, coraje, o directamente con huevos sacó adelante un partido que se fue haciendo chivo con el correr de los minutos, que se hizo difícil por la poca efectividad del propio CARP, por una expulsión muy evitable de Zuculini y por un arbitraje que por momentos exasperó a un Monumental que evidentemente ya estaba condicionado de antemano y mirando con lupa la performance del referí por el rival que había enfrente.
Pero River, decimos, lo sacó adelante. Con más corazón que fútbol salvo por un Nicolás de la Cruz que repartió ambas cualidades en iguales cantidades: el golazo que se fabricó él mismo con la colaboración de Beltrán maridó con la garra charrúa marca registrada para pelear cada pelota como si fuera la última, para correrse toda la cancha, multiplicarse aún con el equipo con 10 jugadores y hasta jugar de número cinco clásico durante un tramo del partido: consagratoria actuación del uruguayo, como para que River ceda lo que haya que ceder en una negociación de renovación de contrato que se está haciendo muy larga pero que terminará, ya todos saben, con final feliz.
De la Cruz fue la bandera de un River que sufrió más de lo que merecía por un bombardeo de tiros libres cerca del área de Centurión que por momentos hizo recordar a la semifinal de vuelta de la Libertadores 2019: las pelotas quietas eran el mejor recurso, acaso el único, de un Barracas que de todas formas salió a apretar bien arriba la salida de River en el primer tiempo y en más de una oportunidad forzó errores que pudieron haber costado muy caros para el CARP.
Si el uruguayo fue la foto que grafica el partido que logró resolver River para limpiarse el calendario de cara al superclásico del próximo domingo, por detrás Pinola (ingresó muy bien en el segundo tiempo) y por delante Beltrán fueron otros dos puntales que dejaron todo por un equipo que pareció por muchos pasajes algo cansado, errando pases que no suele errar, errando también en el toque final (extrañamente Solari esta vez falló casi siempre), y que además sufrió por no tener en la mitad de la cancha a un Enzo Pérez que es el termómetro de River y el que aporta una claridad que no termina de dar Zuculini, a quien no se le podrá discutir la entrega pero sí cierta sabiduría para bajarle un cambio al equipo y para engrosar el volumen de juego. Un volumen de juego que esta vez tampoco terminó de clarificar Quintero.
Por lo demás, las dos buenas noticias para Gallardo fueron el ingreso de un Suárez que aún en estas condiciones físicas desfavorables marca la diferencia que nunca termina de hacer, por ejemplo, Barco, y también habrá que destacar el reencuentro de Borja con el gol: con un juego que todavía no parece engranar del todo con el de sus compañeros, a veces a contramano, su período de adaptación será más ameno y acompasado si sigue mandando las que tiene al fondo del arco como hizo vs. Barracas para definir un juego chivísimo y para hacer delirar a 72 mil personas que a partir de su gol ya se pusieron en Modo Superclásico y cantaron que en La Boca, cueste lo que cueste, hay que ganar.