La tragicomedia de Alberto Fernández y Cristina Kirchner: se tiran de todo, pero siguen juntos

20 marzo, 2022

Una tensión insoportable se instaló en la cúpula oficial, alimentada de diferencias sobre casi todo: deuda, inflación, Putin, tarifas, nada se salva. Pero como ni él ni ella tienen adónde irse, por ahora, aunque se odien, tendrán que seguir conviviendo.

Los destinos de Cristina y Alberto están atados al barco del Frente de Todos. Que hace tiempo ya dejó de ser una “casa común” para ambos, y se volvió una prisión que se hunde.

Su mutua dependencia es fruto, ante todo, de una extrema debilidad: no tienen idea de para dónde agarrar, qué futuro mínimamente viable y atractivo ofrecerle al país, así que a lo más que atinan es a tapar agujeros y ganar algo de tiempo. O perderlo, si nos atenemos al hecho de que, por sí solas, las cosas no se arreglan, empeoran. Pero este, perder el tiempo, era el destino que esperaba al FdT desde un principio, porque no tuvo nunca otro objetivo que mantener a flote y maquillar un modelo político y económico irremediablemente agotado, y disculpar a sus gestores.

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Es así que, aunque hayan llegado a odiarse, o vuelto a hacerlo, y quieran empujarse mutuamente por la borda, ni Alberto ni Cristina pueden hacerlo, menos todavía ser ellos los que abandonen el barco: fuera de él tampoco tienen futuro, y para ambos rige el criterio de que “el que rompe, pierde”.

¿Dejará de ser esto así cuando el agua les llegue al cuello? Tal vez esto no suceda hasta las elecciones del año que viene, según se comporten dos variables: la velocidad con que suben las aguas de la crisis económica y social, y la emergencia de una disyuntiva electoral. Que consistiría, más concretamente, en que a cualquiera de los dos una candidatura autónoma le empiece a rendir más que una compartida. Algo que es muy difícil que suceda.

La escalada a raíz del acuerdo con el FMI

Es cierto que la velocidad y dramatismo de acontecimientos recientes puede llevar a pensar que las cosas en esos dos terrenos están ya cambiando. Si bien las hipótesis de ruptura acompañan al Frente de Todos casi desde su creación, en los últimos días o semanas las cosas fueron más lejos que nunca antes: Cristina abiertamente quitó colaboración al Gobierno en su momento más delicado, ausentándose lo más posible de la sesión del Senado que trataba el acuerdo con el FMI y promoviendo a través de sus alfiles el voto negativo o la abstención; mientras Alberto hacía decir a su vocera que si no habla con su vice es porque “ella no lo atiende”, y agradecía a los que apoyaron el acuerdo “por su responsabilidad democrática”, dando a entender que la señora y sus adeptos no son democráticos ni responsables. Lejos, muy lejos, quedó la idea de diferenciar su conducta de la de su hijo, o repetir la muletilla de que “nunca lo harían pelearse con ella”.

No pocos concluyeron de estas novedades, incluso en las propias filas oficiales, que la ruptura es inminente, que la vice está ya “abandonando el Gobierno”, mientras que Alberto finalmente se habría decidido, o resignado, a pensar con autonomía su gobierno, y hacer lo mismo con su postulación para 2023.

¿Dejará de ser esto así cuando el agua les llegue al cuello? Tal vez esto no suceda hasta las elecciones del año que viene, según se comporten dos variables: la velocidad con que suben las aguas de la crisis económica y social, y la emergencia de una disyuntiva electoral. Que consistiría, más concretamente, en que a cualquiera de los dos una candidatura autónoma le empiece a rendir más que una compartida. Algo que es muy difícil que suceda.

Pero hay cosas que no cambian. Y entre ellas están las dos premisas que animan al Frente de Todos y a las que nos referimos más arriba: “Divididos nos devoran los de afuera” y “los que rompan la unidad serán los primeros en ser devorados”. La pregunta que hay que hacerse es si ellas seguirán siendo suficientes para desalentar una ruptura cuando empeore el rendimiento de la gestión y el Presidente y la vice imaginen nuevas maldades para hacerse mutuamente.

Habrá que ver. Aunque el resultado no dependerá solo de lo mal que le vaya al Gobierno, ni de lo dañina que demuestre poder ser Cristina con Alberto, o viceversa. Sino fundamentalmente de si existe una salida electoral mínimamente viable para cualquiera de ellos sin el otro. Y eso por ahora no se ve, ni remotamente.

Imaginemos lo que sucedería si hoy, o dentro de unos días, Alberto le pidiera la renuncia a algunos o todos los funcionarios de La Cámpora en el Ejecutivo, como le reclaman que haga algunos de sus colaboradores.

Inmediatamente la tropa de gobernadores se dividiría: algunos seguirían al Presidente pero otros buscarían reemplazarlo en la función del “moderado que modera a la señora” y buena parte optaría por mostrarse prescindente y ganar tiempo. Lo mismo sucedería, en cada caso con sus variaciones, con los intendentes bonaerenses, los sindicalistas y las organizaciones de desocupados. Se desordenaría y adelantaría así la competencia por el voto peronista en 2023. Por lo que difícilmente esa divisoria de aguas sería tan favorable al Presidente como resultó el voto de los legisladores oficialistas ante el acuerdo con el Fondo, dada la ventaja que en ese electorado lleva Cristina. De modo que, de movida, el Presidente empezaría perdiendo terreno.

El control gubernamental sobre la protesta social, las variables económicas y otros asuntos críticos, como la seguridad, ya bastante precario, se debilitaría rápidamente. Y el círculo vicioso entre la crisis y sus pobres perspectivas electorales se profundizaría: ¿qué mínima viabilidad podría tener en ese contexto la candidatura a la reelección?, ¿qué gobernador querría, en esas circunstancias, tomar la posta y ser el defensor del legado de lo que quedara del “Frente de Todos”? Difícil imaginar algún futuro para ese proyecto. Y por tanto que algún sector importante del peronismo invirtiera esfuerzos para mantenerlo vivo. Incluso muchos que no simpatizan con ella preferirán, tarde o temprano, hacerse un lugar a la sombra de Cristina.

Los opositores, por su parte, tendrían no más sino menos motivos para colaborar siquiera mínimamente con Alberto: una cosa fue ayudarlo a evitar el default, otra quedar pegados a sus desatinos, mientras a Milei, los halcones y hasta la propia Cristina se les hace fácil recoger votos entre los decepcionados. ¿Morales, vía Massa, podría ir en dirección contraria y sumarse a una “coalición de moderados”? Si lo intentara no arrastraría más que a una mínima porción de sus correligionarios. El jujeño y más todavía el tigrense tienen hoy un rol importante en la política nacional, pero como engranajes y complementos de gente y estructuras con votos, no por sí mismos; sueñan con superar esa condición, pero la conocen, así que es difícil que vayan a hacer locuras.

Fuente:  Marcos Novaro