Cada vez que se pone en marcha una nueva temporada en el fútbol europeo, el objetivo en el Parque de los Príncipes es evidente: ser campeón de la UEFA Champions League. El París Saint Germain lleva más de una década –desde que Qatar tomó las riendas del club– ilusionado con reinar a nivel continental y sus dueños han invertido más de USD 1.300 millones en esa búsqueda constante que ha visto pasar a varios entrenadores. Carlo Ancelotti, Laurent Blanc, Unai Emery, Thomas Tuchel y Mauricio Pochettino han llevado al club a ganar siete títulos en las últimas nueve ediciones de la Ligue 1,pero no lograron darle el gusto de alzar la Orejona a los directivos qataríes, quienes ahora le han dado las llaves del vestuario a Christophe Galtier. Pese a que había rumores de que Zinedine Zidane –quien supo ganar tres veces en fila la Champions (2016, 2017 y 2018)– podía hacerse cargo de su plantel galáctico, la dirigencia optó por un apellido con menor prestigio pero que en los últimos años se ha ganado el respeto en el fútbol francés. Galtier, quien le arrebató un campeonato local al PSG hace solamente un puñado de temporadas, asume el mayor desafío de su carrera. Tras dirigir a instituciones deportivas de presupuestos modestos y bajas expectativas llega a una entidad deportiva que hizo del dinero su principal argumento para crear un plantel de estrellas que ha llevado muy alto el umbral de exigencia.
Muy pocos habían oído de Christophe Galtier fuera de Francia pese a que ha viajado mucho gracias al fútbol. Es un hombre que prácticamente no tiene vínculos con París. Incluso, antes de convertirse en entrenador, era un nombre fuertemente asociado al Olympique de Marsella. Se trata del club de su ciudad natal, donde debutó como futbolista profesional y al que representó en dos etapas diferentes antes de cerrar su carrera como jugador en China. Y fue allí donde al regresar de esa experiencia del fútbol asiático comenzó a trabajar como asistente técnico. No tuvo una experiencia para nada agradable: fue ayudante de cinco entrenadores en dos temporadas en las que el Marsella, que había sido campeón de Europa hacía pocos años, peleó por no descender. Su camino como segundo entrenador siguió lejos del fútbol galo durante varios años hasta que regresó como técnico adjunto de Alain Perrin, con quien trabajó en el Al Ain de Emiratos Árabes Unidos y el Portsmouth de Inglaterra antes de recalar en Sochaux, Olympique Lyon y Saint-Étienne, donde pasó de ser ayudante de Perrin a su sucesor en el cargo y comenzó a escribir su propia historia como DT.