Al final, Sergio Massa llegó al gabinete como súper ministro, aunque no con todos los resortes del poder que pretendía. Y pese a la resistencia hasta último momento de Alberto Fernández, que tuvo que ceder ante el respaldo clave de su nombramiento por parte de Cristina Kirchner y el agravamiento de la crisis económica y social.
El vínculo de Alberto Fernández comenzó a deteriorarse cuando, después de haber abrazado una actitud conciliadora con la oposición en los primeros meses de su gestión y ante el comienzo de la pandemia -lo que le dio gran popularidad-, optó por una actitud confortativa siguiendo los deseos de Cristina, pese a que al asumir el cargo había dicho que uno de sus grandes objetivos era “unir a los argentinos”.
La relación se afectó todavía más cuando el presidente asumió con energía el proyecto de legalización del aborto en el peor momento del covid, que dejaba mal parado a Francisco ante la Iglesia en el mundo.
Y luego de haberle pedido ayuda para la renegociación de la deuda con el FMI, cosa que obtuvo gracias al buen vínculo del Papa con su directora, Kristalina Giorgieva, y con el presidente norteamericano Joe Biden.
En cuanto a Massa, el entonces cardenal Jorge Bergoglio se molestó mucho con él cuando era jefe de Gabinete del presidente Néstor Kirchner, que lo consideraba el “jefe espiritual de la oposición”.
Curiosamente, Kirchner coincidía con el sector más conservador de la Iglesia argentina y vaticana -aunque, en este caso, lo veía demasiado progresista- en el anhelo de desplazarlo del cargo.
Bergoglio cree que Massa participó, precisamente, de una operación para eyectarlo del arzobispado porteño y, en el mejor de los casos, enviarlo a un cargo al Vaticano. La movida incluía la promoción para sustituirlo de otro obispo que, al final, terminó renunciado en medio de un escándalo sexual. Massa siempre negó haber tenido alguna intervención, pero el hoy pontífice nunca le creyó.
Un dato objetivo es que el Papa jamás recibió a Massa. El nuevo “superministro” pierde con Francisco un respaldo para el vínculo con Giorgieva, a diferencia de Martín Guzmán, a quien el pontífice le había facilitado el acceso a la titular del FMI. Más aún: lo respaldó al recibirlo en el Palacio Apostólico durante una hora y designarlo como miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.
Eran los tiempos en que el kirchnerismo atacaba a Guzmán -en línea con la vicepresidenta- y torpedeaba las negociaciones con el FMI (una declaración de los senadores del Frente de Todos fue categórica). Así, mientras el Papa trataba de contribuir a un acuerdo razonable por pedido de Alberto -y pensando que eso era bueno para el país- una parte del oficialismo lo saboteaba.
¿Qué habrá pensado el Papa cuando se enteró que, tras la renuncia de Guzmán, su sucesora, Silvina Batakis, fue a ver a Giorgieva -a quien le aseguró que tenía todo el poder- y que cuando se aprestaba a volver al país le comunicaron que ya no era la ministra de Economía? Más allá de su deseo de ayudar a su país, ¿qué disposición tendrá Francisco ante tantos desaguisados?
En rigor, se trata de desaguisados autoinfligidos. Porque, si al Papa y a la Iglesia en la Argentina siempre les preocupó la famosa grieta, en los últimos tiempos su preocupación se acrecentó por el surgimiento de la grieta dentro de la grieta. Es decir, ya no la división entre la coalición oficialista y la coalición opositora, sino dentro de la propia coalición gobernante.
Es por eso que los obispos -en el primer pronunciamiento tras los cambios de gabinete- formularon este fin de semana un llamado a “la responsabilidad de los políticos” ante el agravamiento de la crisis económica y social, que tienen como la manifestación más evidente una “inflación asfixiante” que -dicen- impide el acceso a los alimentos y “genera miseria”.
Lamentan, en ese sentido, ”una sociedad agrietada y enfrentada, donde no acabamos de entender que ‘nadie se salva solo’ y parece imposible generar proyectos comunes, donde la verdadera brecha se agiganta cada vez más con relación a los últimos, a los que padecen la pobreza y, peor aún, la indigencia”. Y reivindican el derecho al trabajo.
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Por eso, insisten por enésima vez -como lo vienen haciendo desde la crisis de 2001- con su llamado al diálogo entre los políticos y todos los actores sociales “para buscar soluciones honestas y realistas que prescindan del uso clientelar de las necesidades de la gente”.
En la parte final de su pronunciamiento afirman: “En tiempos complejos, en que ningún sector parece dispuesto a ceder en sus intereses, nos hará bien a todos los que somos dirigentes en distintos ámbitos, políticos, sociales, sindicales, empresariales, religiosos, etc., dejarnos interpelar por las palabras del Papa Francisco”.
Y citan al pontífice: “La profundidad de la crisis reclama proporcionalmente la altura de la clase política dirigente, capaz de levantar la mirada y dirigir y orientar las legítimas diferencias en la búsqueda de soluciones viables para nuestros pueblos”.