La intimidad del poder: La noche en que Cristina Kirchner lloró y el estallido que desató el fiscal Diego Luciani

28 agosto, 2022

La reacción de la vice y de La Cámpora tras el pedido de prisión a 12 años. Cómo se armó el operativo y el descargo de la vice. El rol de Massa en medio del ajuste. Y el desafío abierto a Rodríguez Larreta en las calles de Recoleta.

El domingo pasado no fue, como tantas otras veces, una noche de insomnio. Diego Luciani apoyó la cabeza en la almohada y se durmió temprano. El despertador sonó el lunes a las 5:45. Para no interrumpir su rutina de ayuno intermitente, solo se sirvió un café y se fue a trabajar. Esperaba ese día desde hacía tres años. Le habían advertido que sería un camino difícil y que había que prepararse. Sus colaboradores fueron testigos de su metamorfosis.

El fiscal transitó un proceso de transformación espiritual que le recomendó el juez Julián Ercolini. A la par, intensificó su entrenamiento físico: pasó de correr cinco kilómetros a diez y mantuvo inalterables los partidos de fútbol con Dalma Nerea, el equipo de sus amigos. Viajó a España para hacer un doctorado y, cuando regresó, se volcó a la lectura por fuera de los expedientes. Leyó las biografías de Gandhi y de Mandela, se sumergió en “Las siete leyes espirituales del yoga” y se fascinó con “El arte de la guerra”, de Sun Tzu, como si supiera que ese libro también es una atracción para Cristina Kirchner.

En las últimas semanas se dio cuenta de que en la calle lo reconocían. Pueden decirle “gracias” o pueden mirarlo con desdén, depende de con quién se cruce. Le habían avisado de los riesgos de la popularidad y de ser espiado por intrusos. Empezó a armonizarse con un osteópata, volvió a misa y nunca dejó de rezar. Su esposa, especialista en comunicación y lenguaje, lo ayudó a entrenarse para el juicio. En manos de sus colaboradores -los vikingos, según la denominación que circula en los pasillos de Tribunales- quedó el reacondicionamiento del despacho. Pusieron un aro de luz, como el que usan los youtubers, cambiaron el sistema de audio y ensayaron con él antes de las audiencias.

El lunes, un rato antes de retomar su día más importante como fiscal, tras una investigación que acumuló 600 horas de audiencias, 120 testigos y tres toneladas de documentación, y cuando los medios ya conectaban en vivo con sus cronistas, Luciani les pidió a sus colaboradores que lo dejaran unos minutos para estar a solas. Cerró la puerta del despacho, activó su celular y lo colocó en posición visible, de espaldas al río, en la oficina del piso 6 de Comodoro Py y a la que se termina de llegar subiendo medio piso por escalera. Rastreó entre los más de cien archivos de Mindfulness que su profesor de yoga seleccionó para ayudarlo a controlar los picos de ansiedad. Eligió uno y le dio play. Se sentó en el suelo, cerró los ojos y empezó a meditar.

Al terminar, volvió a mirar su celular y leyó una frase de Rilke: “Deja que todo te suceda: la belleza y el terror. Solo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo”. Las cámaras se encendieron.

El alegato duró nueve horas y media. En el final se produjo el pedido de condena para Cristina Kirchner. El fiscal reclamó 12 años de cárcel e inhabilitación para ocupar cargos públicos por corrupción en la obra pública durante su gobierno. La acusa de administración fraudulenta y de haber encabezado una asociación ilícita junto a su marido, Néstor Kirchner. “Estamos convencidos de haber alcanzado la verdad. Ahora le toca a cada uno de los jueces, a quienes la sociedad está mirando, ejercer su relevante misión con objetividad, templanza, valentía, sabiduría y firmeza. Señores jueces, este es el momento. Es corrupción o justicia. Insisto: es corrupción o justicia. Y ustedes tienen la decisión”, dijo.

En ese mismo momento, Cristina y su séquito preparaban la réplica, un impresionante operativo de demolición contra el fiscal y la Justicia en general, al que se acoplaron -sin excepción- todas las voces del Frente de Todos, incluso las más díscolas o las que en algún momento se horrorizaron con la corrupción K y pegaron el portazo. El operativo oficial retomó su diatriba contra Mauricio Macri. Les faltó decir que los bolsos de José López fueron arrojados en la Quinta Los Abrojos y no en el convento de General Rodríguez.

El martes, la vicepresidenta llegó a la hora de su presentación en Youtube con un libreto largamente estudiado y apoyado en chats, filminas y fotos. En esos chats sostenían las acusaciones contra el macrismo por una serie de mensajes entre López y Nicolás Caputo, el “hermano de la vida” de Macri. Macri y Caputo, cuya relación está resentida pero no quebrada, volvieron a ponerse en contacto. Cristina lo hizo.

Los asesores de la jefa del Frente de Todos monitorearon durante su exposición el rating de los canales y el volumen de gente que se conectaba por Internet. En simultáneo, La Cámpora se encargaba de convocar a la militancia a la puerta de su casa y al Senado. “Alerta y movilización permanente”, declararon.

Fue un tono más abajo de la verdadera consigna, la que los enfervoriza: “Si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar”. Nadie podrá decir que no avisaron. “Y esto recién empieza. Ya van a ver”, se oye en el entorno de la ex presidenta. Ayer hubo una muestra en Juncal y Uruguay. Debería tomar nota Horacio Rodríguez Larreta y su ambivalente política de seguridad. Habrá nuevas y, quizá, más potentes manifestaciones.

Pese al respaldo del Gobierno y del PJ, Cristina no pudo evitar los picos de estrés ni los momentos de furia. Quienes pasaron a verla o charlaron por teléfono dicen que era muy difícil contenerla. “Una cosa es saber que te van a pedir una condena y otra es tenerla ante tus ojos”, comentó uno de los dirigentes que habló con ella. Lo explicaba así: si fuera condenada, la situación la obligaría a ser candidata -y, además, a ser elegida- para preservar los fueros. Quizá no solo en la próxima contienda electoral. A Cristina la aterra el espejo de Menem: tener que llegar al último día de su vida sentada en una banca.

Su cuenta de Twitter, que suele cuidar y reservar solo para momentos puntuales, esta vez funcionó como la de un tuitero compulsivo. Había tuits a cada rato y en algunos casos con idioma bien de esa red social, como cuando apeló al remanido recurso de comparar la realidad con las ficciones de Netflix.

La vicepresidenta tuvo momentos de desahogo cada vez que volvió a su casa. Los militantes la recibieron como si volviera de ganar una elección. Hubo arranques de fanatismo que la emocionaron. El jueves, en un momento, lloró. El llanto quedó registrado en las cámaras de Crónica. Dicen que también se quebró en privado y que celebró que la izquierda dijera que la quieren proscribir. “Ni ella se imaginaba la reacción que iba a tener la gente. Se le va a volver en contra a la oposición”, decían en su entorno.

Aunque el kirchnerismo intente ponerle épica al asunto, Cristina podría convertirse en la primera vicepresidenta en ser condenada en un juicio oral en pleno ejercicio de sus funciones. No es el lugar que ella auguraba para la Historia. Ni a Boudou le pasó una cosa así cuando era vice.

Mientras el futuro de su líder se debate en Tribunales, el Gobierno se desgaja. Los ministerios están prácticamente paralizados, sumidos entre la no relación del Presidente y su aliada, la crisis inflacionaria y la tensión por la falta de reservas y, ahora, porque la agenda pública pasa por si Cristina será condenada a prisión antes de fin de año.

Alberto Fernández pudo haber aprovechado para tomar algo de aire, pero fue más fuerte que él y aceptó una entrevista en “A dos voces”, en TN, que lo dejó otra vez en el ojo de la tormenta, sobre todo de sus socios. “No se banca su nuevo rol”, dicen los cristinistas, que lo quieren marginar a un lugar simbólico, lejos del poder que ellos hoy ven focalizado en Cristina y Sergio Massa. La comparación de Luciani con Nisman reflotó viejos rencores con el Presidente. Todas las frases que decían de él en la intimidad resultan impublicables.

La portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, intentó acusar a los periodistas de comparaciones falsas. Si quería ayudar a su jefe, no le hizo ningún favor. Más bien les dio una mano a los periodistas más críticos, que volvían a pasar el audio de Fernández hasta el cansancio y lo superponían con el de ella, negando lo evidente.

Al menos a la Casa Rosada le sirvió, si es que existe algún consuelo, para desviar parcialmente la atención del ajuste que encara el Ministerio de Economía. Massa decretó un recorte en las transferencias de más de 200 mil millones de pesos. La más sensible, al área de Educación, que sufrirá una poda de $ 70 mil millones. Solo la CGT amaga con protestas porque también a ellos les quitarán fondos para las obras sociales.

Massa está obsesionado con las reservas del Banco Central. La situación es extrema. Este fin de semana hubo contactos con el campo para intentar que liquiden. Le ofrecerán un dólar más alto al que les otorgó Silvina Batakis. La discusión es cuál será ese número. Massa propone que se acerque a los 200 pesos por dólar. Lo corren los tiempos y sus propias promesas. El día que asumió aseguró que engrosaría las arcas del Central en 7 mil millones de dólares en 60 días. Asumió el 3 de agosto. El objetivo está lejos.

De eso habló con Cristina. El ministro espera su visto bueno para avanzar. Como siempre, la jefa tiene la última palabra.