El perro Coco se convirtió en un símbolo del hartazgo argentino hacia la política

30 mayo, 2022

La polémica que se generó por el animal detenido en el aeropuerto puso de manifiesto la molestia de la sociedad hacia la burocracia. El extraño paralelismo con Hungría.

El perro Coco, detenido en el aeropuerto de Ezeiza debido a que no tenía la documentación que garantizaba que estaba vacunado contra la rabia, generó un clamor popular insólito en un importante sector de la opinión pública nacional.

Su dueño viralizó la historia de padecimientos y trabas burocráticas que le impidieron a su can y a él ingresar en territorio nacional juntos, como salieron desde Hungría, soñando con la paz de un nuevo hogar alejado de la guerra asesina de Vladimir PutinLos frenó el Senasa por papeles flojos.

Coco era un pichicho anónimo y se transformó en noticia, en tema de discusión pública, en símbolo, tal vez, del hartazgo que tiene un sector numeroso y creciente de la ciudadanía con la clase política. Fue el reclamo sostenido y numeroso que empezó en las redes sociales el que logró torcer la decisión del riguroso organismo fitosanitario que planeaba deportar al perro. El Senasa cambió de planes, firmó un convenio con la Aduana, y ahora el perro ladra simpático en un canil del Aeropuerto. Está en cuarentena, una palabra que el Gobierno no quiere volver a escuchar.

Singularidades argentinas: Coco pasó de varado, casi un can apátrida, a emblema de la bronca, el enojo, o el hartazgo que buena parte de la opinión pública admite tener con la clase política. Sea el oficialismo o la oposición. Así lo muestran diversas encuestas en las que alrededor del 30 al 50 por ciento de los sondeados responde que la crisis no la solucionará ni el peronismo ni Juntos para el Cambio. Se suceden así protestas de todo tipo y en cualquier lugar.

Este escenario podría definirse, en términos del Senasa, como “la era de la rabia”. Los hechos de impunidad vinculados al poder se repiten, alimentando esta realidad.

La proclama #liberenacoco se transformó en tendencia en las redes. El perro Coco fue noticia en la prensa nacional e internacional. Políticos y figuras de diferentes ámbitos se quejaron por el trato al pichicho, comparando su padecimiento -sobre todo cuando se anunció su deportación fallida-, con acciones del poder político que goza de beneficios vedados al común de la ciudadanía, o a situaciones de impunidad judicial que enojaron a los “rabiosos”.

La “liberación” de Coco se leyó como un triunfo frente a un Estado que suele abrumar por su burocracia, y por el avance sobre libertades individuales, algo que se exacerbó en la pandemia.

El fenómeno de los grupos “antipolítica”, o “antisistema” se resume en Coco de un modo muy singular. El can viajó desde Hungría. En ese país un sector del electorado está también disconforme con los partidos tradicionales. Y usa para expresar ese enojo, justamente, a la figura de un canino. No es Coco. Referentes de los “antisistema” fundaron su propio movimiento llamado “Partido Húngaro del Perro de dos Colas” (MKKP, por sus siglas en húngaro).

Lo que empezó como una ironía de la felicidad asegurada en el 2006 se transformó en el 2014 en un partido político avalado por la Corte Suprema. En un principio, sus militantes impulsaban acciones simples, pero efectivas, como pintar graffitis con promesas de campaña insólitas pero no ilógicas, o instalaban afiches con propuestas programáticas basadas en el humor.

Prometieron, en otras campañas, “la vida eterna, la paz mundial, una semana laboral de un día, dos puestas de sol al día (en colores variados)”. Y un plan para repartir “cerveza gratis”. Los candidatos en las boletas suelen ser efectivamente perros.

El perro Coco llegó a la Argentina desde Hungría. Sin quererlo, termino por ser un símbolo del hartazgo de un sector de la sociedad que vio al Estado demasiado firme contra un can indefenso, mientras avanzan sobre el país problemas severos que la política no resuelve.

Coco volvió a la Argentina. Aquí hay bronca contra la política, pero no un irónico Partido de Perro con Dos Colas. Por ahora.

Fuente: Nicolas Wiñaski