Nunca como en esta ocasión se han diferenciado tan claramente dos formas de unir lo diverso, en el gobierno y en la oposición: la del dedazo de los jefes, en realidad “la jefa” y quienes la acompañan, en el primer caso, y la de la competencia democrática con participación de la gente del llano, en el segundo.
Es cierto que permitir la competencia interna y dejar la decisión sobre las candidaturas, finalmente, en manos de los ciudadanos es más complicado cuando uno está en el gobierno.
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Pero eso también vale, en esta oportunidad, para Horacio Rodríguez Larreta. Quien finalmente se va a tener que bancar una competencia intensa en su propio distrito, siendo oficialismo. Y no contra una sino contra otras dos listas, que podrían dispersar mucho al muy basculante voto porteño, y limar el esfuerzo del jefe de Gobierno por consolidar su liderazgo, y más todavía por extenderlo al resto del país: si las listas para las PASO encabezadas por Ricardo López Murphy y Adolfo Rubinstein llegaran a lograr un buen resultado, Larreta no solo perderá legisladores propios, sino que no podrá evitar que muchos se pregunten si él está realmente en condiciones de conducir a la coalición opositora en la nueva etapa que se abre, si puede sumar más voluntades a ella, como está intentando con López Murphy, reparando una larga historia de desencuentros entre él y el PRO, o no corre más bien el riesgo de debilitar la cohesión entre las fuerzas que hasta hace poco respondían mal o bien al pulso de Mauricio Macri.
En la Ciudad de Buenos Aires se suma además un problema extra: el de tener que alimentar muchas bocas con una torta que difícilmente crezca. Se renuevan los diputados de 2017, cuando Cambiemos hizo una excelente elección en el distrito, y será difícil que JXC repita esos números. Para que todos queden conformes, considerando que en el ínterin se han agregado nuevos socios, tendría incluso que superarlos.
Un problema parecido al que enfrenta el FdeT en la provincia de Buenos Aires: en 2017 todavía Massa y su Frente Renovador eran “anti K”, y con la bandera de jubilar a Cristina, y en lo posible meterla presa, sacaron una buena cantidad de votos, que ahora deberán salir de la misma torta que acaba de cocinar la propia Cristina, atendiendo además de sus propias necesidades y las de las huestes camporistas de su hijo, las de los intendentes, los Kicillof boys, y hasta las de ex randazzistas también arrepentidos de sus recientes deslealtades.
Se entiende entonces que hasta último momento hayan estado tironeando entre ellos. Y que lo más probable sea, más allá del arreglo al que hayan llegado, que varios de los participantes tengan que achicar su negocio a partir de diciembre, pues se quedarán con menos de lo que hasta acá tenían. Aún haciendo una buena elección en esta ocasión, todos juntos. Cosa que habrá que ver si está a su alcance: al menos hasta ahora, las encuestas les pronostican entre 15 y 20 puntos menos que dos años atrás.
Pero es precisamente por estas perspectivas, que llama tanto la atención que en ningún momento, ni por asomo, a nadie allí se le haya pasado por la cabeza competir en las internas: esa no es una posibilidad siquiera imaginable en el actual oficialismo, allí todo se arregla entre gallos y medianoche, en los conciliábulos entre la vice y sus alfiles, en primer lugar, y luego en las tratativas entre aquellos y las demás facciones aliadas, que son muchas y muy diferentes, pero parece que comparten un mismo ethos, que es que la unidad se asegura en una distribución lo más centralizada y reservada posible de los recursos disponibles y necesarios para reproducir sus condiciones de subsistencia.
Lo importante, de todos modos, será lo que opinen los ciudadanos. Y ellos puede que se vean atraídos más que por esos discursos, por la oportunidad de influir en forma efectiva en la interna opositora. Que también en la provincia de Buenos Aires tendrá una manifestación bien intensa, y de resultado por ahora bastante incierto: Diego Santilli y sus aliados, expresando el proyecto presidencial de Larreta, y Facundo Manes y los radicales, animados tal vez por otro proyecto presidencial, no se sabe muy bien todavía de qué orientación. Claro que esa competencia podría terminar en trifulca. Puede que se abran más heridas y se alimenten más recelos que oportunidades para la síntesis y la expansión del conjunto, más allá de los límites que hasta aquí ha encontrado. Por eso es que las democracias requieren, en general, de prácticas políticas más cuidadas, de una mayor y más auténtica disposición a la colaboración, un mejor espíritu cívico, que otros sistemas políticos.
Fuente: TN