El viernes 12 de septiembre de 1975, el Boletín Oficial trajo el texto del Decreto 2452/75, referido a la Seguridad Nacional. Decía, en su encabezado: “prohíbese la actuación de un grupo subversivo, bajo cualquier denominación con la que actúe”. Lo firmaba la presidenta Isabel Perón, y el texto señalaba: “El país padece el flagelo de una actividad terrorista y subversiva… esa actitud subversiva constitucionalmente configura el delito de sedición; que no se trata de prescripciones o discriminaciones ideológicas, toda vez que nada justifica la asociación ilícita creada para la violencia y los hechos que la produzcan o fomenten”. Y aclaraba, por si hiciera falta, que se refería a “el grupo subversivo autodenominado Montoneros, sea que actúe bajo esa denominación o cualquier otra…”. Fue, se comprobó de sobra, letra muerta.
Era la respuesta del gobierno al pase a la clandestinidad de la organización, anunciada por Mario Firmenich el 6 de septiembre de 1974, y la concreción de varios secuestros y atentados. Entre ellos, el perpetrado el 28 de agosto de 1975 año por la organización terrorista en el aeropuerto de la ciudad de Tucumán, con la colocación de bombas en un túnel bajo la pista el momento en que despegaba un Hércules de la Fuerza Aérea que traía un contingente de gendarmes. Murieron seis de ellos y 14 quedaron heridos.
Ser considerados “sediciosos” no amedrentó a la guerrilla. A los pocos días de emitido el Decreto tuvo lugar el violento intento de copar del Regimiento del Monte 29 de Formosa el 5 de octubre, donde murieron 16 uniformados que defendieron con éxito la unidad. A pesar de eso, la organización sustrajo 50 fusiles FAL. Entre ese año y el comienzo de 1976, Montoneros cometió alrededor de mil atentados.
La llegada de la dictadura militar y su plan de desapariciones sistemáticas no hizo que las operaciones guerrilleras mermaran. El 18 de junio de 1976 se produjo el asesinato del jefe de la Policía Federal, general de brigada Cesáreo Cardozo, por una bomba colocada bajo su cama por la montonera Ana Maria González, que había simulado durante meses una amistad con su hija.
Apenas 14 días después, el 2 de julio, Montoneros produjo uno de sus atentados más sangrientos. Se trató de la colocación de otro artefacto explosivo en el comedor de la Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal, ubicada en la calle Moreno 1417, convertida en centro de detención ilegal. Según el Nunca Más, allí había unos diez “tubos”, celdas de 2 x 1 mts., donde llevaban presos y luego los ponían a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, lo que implicaba que serían desaparecidos.
La acción decidida por votación por la Conducción -cuyo número uno era Mario Firmenich- y fue coordinada -según señaló en su denuncia contra la dirigencia de Montoneros el comisario (R) Hugo Raúl Biazzo, que pertenecía a esa repartición y fue aceptado como querellante- por la Secretaría Militar, que dirigía el capitán Marcelo Kurlat (alias El Monra).
Quien llevó a cabo el atentado fue José María “Pepe” Salgado, de 22 años, nacido el 27 de enero de 1955, que tenía cuatro hermanos. Hijo de un abogado y una docente, vivía en Olivos. Según la biografía que relata en su sitio Roberto Baschetti, era deportista y competía en remo. También indica que estudió en escuelas religiosas, donde se destacaba. De adolescente se había enrolado en el movimiento de los Boy Scouts y una vez terminado el secundario comenzó a estudiar Ingeniería Electrónica en la Facultad de Ingeniería de la UBA. Comenzó allí a militar en la Juventud Universitaria Peronista (JUP).
Llegado el momento de hacer el servicio militar, decidió anotarse como voluntario en la Policía Federal, donde al término del año de servicio, en vez de pedir la baja, permaneció, continúa la reseña sobre Salgado. Y al mismo tiempo, comenzó a militar en la Juventud Peronista, donde se relacionó con Rodolfo Walsh y el servicio de inteligencia montonero, para el que armaba pasaportes apócrifos.
Para el propósito del atentado, la conducción de Montoneros le encargó a Salgado “robar documentación, como planillas, en la que figuraran domicilios, teléfonos, mapas, planos del edificio, para determinar dónde y cómo ubicar el explosivo”, sostiene la denuncia de Biazzo.
Según la misma, Salgado les informó a sus superiores que “al comedor no concurrían jefes policiales importantes; que quienes lo hacían eran, en su mayoría, personal civil y de baja graduación, preeminentemente personal femenino de la sección administrativa”.
No obstante, a la conducción de Montoneros esto no le importó en lo más mínimo. El plan continuó adelante. Para realizarlo trabajaron 70 miembros de Montoneros en distintas tareas. Y utilizaron una bomba “tipo vietnamita”. La misma se preparó -dice la denuncia- en dos unidades básicas de La Plata, conocidas como Juan Pablo Maestre y Héroes de Trelew. Enumera Richard Gillespie en Los Soldados de Perón que entre 1976 y 1978 Montoneros produjo 780 kilos de Explosivo Plástico (C-2) y más de 1.500 de mediano poder. En este caso, la bomba tenía 9 kilos de TNT y cinco bolas de acero que actuaban como un arma letal en la onda expansiva.
El plan estaba pensado para ser ejecutado el 4 de junio, pero debió ser postergado. Durante varios días, Salgado ingresó a la Superintendencia con un paquete para observar el grado de control que existía. Cuando vio que no lo requisaban, se decidió que llevara el explosivo.
Al hecho lo reveló en su totalidad Eugenio Méndez en su libro “Confesiones de un Montonero” (de 1985), donde por primera vez se nombra que el autor fue Salgado: “…La situación se agravó cuando Montoneros puso la bomba vietnamita en la Superintendencia”… “(Salgado) Tuvo una reunión con su Responsable, el oficial Esteban (Rodolfo Walsh), que lo había infiltrado en la Policía Federal para dar información. Deciden colocar la bomba el 4 de junio de 1976. Se posterga porque en la policía lo dan de baja. Esteban le indica que no devuelva la chapa. Ingresa a la Superintendencia con paquetes tentativos. No lo controlan. Considera que el comedor es el lugar apropiado. La bomba se la entrega Esteban y el Monra le indica cómo hacerla detonar, que va a tener 20 minutos para escapar. El 2 de julio de 1976 ingresa y la coloca, cubriéndola con su sobretodo. Se retira. Cambia de vehículo en Loria y Rivadavia, encontrándose con Esteban (Walsh) que le manifiesta: el operativo salió perfecto…”
El mismo día del atentado, Montoneros emitió un “parte de guerra”:
“A nuestro pueblo: En la mañana del día de la fecha, el pelotón de combate ‘Sergio Puigross’ del Ejército Montonero, aprovechando una falla en el dispositivo de vigilancia y control de la Superintendencia de Seguridad Federal (ex Coordinación Federal), colocó en su sede central un artefacto explosivo. Cumplida su misión, los compañeros se retiraron sin novedades y, posteriormente, tal como estaba planificado, el artefacto detonó a las 13.20 en el comedor de esa dependencia. Los medios de información del Ejército Montonero estiman en 85 el número de bajas causadas al enemigo, de los cuales 25 son muertos. No se descarta el que esta cifra pueda llegar a ser superior. Los daños causados al edificio son importantes, estimándose que la capacidad operativa de este centro represivo quedó seriamente afectada por un lapso de tres meses. Este hecho de guerra demuestra – como lo demostraron en su momento, las ejecuciones de los torturadores Villar y Cardozo – que no puede haber lugar seguro para los que responden a la resistencia de los trabajadores con el secuestro, el asesinato y la tortura. Viva la patria. Hasta la victoria final. MONTONEROS”.
Salgado se alejó del lugar unos siete minutos antes de detonar la bomba. Tras la explosión, el comedor se derrumbó parcialmente y quedó sin luz. Sólo lo alumbraban las linternas de los rescatistas. Se oían los gritos desgarradores de los heridos, mezclados con el del agua que corría con fuerza desde las cañerías rotas.
El saldo fue terrible: hubo 24 muertos y alrededor de 70 heridos. Los que fallecieron en el lugar fueron una civil que estaba de visita a una amiga, llamada Josefina Cepeda, el Oficial ayudante Alejandro Castro, el Cabo Ernesto Agustín Suani, el Cabo Primero Carlos Shand, el sargento Juan Paulik, el Sargento Rafael Modesto Muñiz, el Sargento Bernardo Roberto Tapia, el Supernumerario David Ezequiel Di Nuncio, el Oficial Inspector David Ron, el Suboficial auxiliar José Hilario Carrasco, la Sargento María Esther Pérez Canto, el Sargento (R) Romualdo Rodríguez, el Sargento Bernardo Roberto Zapi, el Agente José Roberto Iacovello, el Agente Juan Carlos Blanco, la Agente Alicia Esther Lunati, el Agente Ernesto Alberto Martinzo, el Cabo Genaro Bartolomé Rodríguez, el Sargento Adolfo Chiarini, la Cabo Elba Hilda Gazpio y el Cabo Vicente Iori. En el hospital Churruca y en días posteriores, murieron el Supernumerario Ramón Arias, la Sargento María Olga Pérez y el Oficial Ayudante Héctor Castro.
Escribe Martín Andersen en “Dossier Secreto, El mito de la guerra sucia”, “‘Llegué allí 5 minutos después de la explosión en el salón comedor de la policía, y lo que vi me descompuso’, le dijo un oficial de seguridad a un corresponsal de la Associated Press. Mujeres gritando, pedazos de cuerpos desparramados. se podía sentir el odio de los sobrevivientes. Es decir, de aquellos ursos de facciones duras con quienes no me implicaría bajo ninguna circunstancia, que lloraban y juraban vengarse…”
Esa misma noche -se afirma en el informe Nunca Más- los detenidos en la Superintendencia, en ese ojo por ojo delirante de los ‘70, sufrieron las primeras represalias por el atentado, “fueron sacados de allí después de ser inyectados. De esos detenidos-desaparecidos, objeto de una salvaje represalia, es testimonio brutal el libro de entradas de la Morgue Judicial de Capital Federal, donde se eleva bruscamente el número de N. N. asentados en el mismo. Durante años uno a dos cada día y entre el 3 y 7 de julio de ese año, 46 cadáveres, casi todos con el siguiente diagnóstico del Cuerpo Profesional de ese organismo: ‘Heridas de bala en cráneo, tórax, abdomen y pelvis, hemorragia interna’”.
Salgado, por su parte, continuó combatiendo en Montoneros. En la biografía publicada por Roberto Baschetti, se indica que “casado y esperando un hijo (de nombre Marcos) que nunca llegó a conocer, fue secuestrado con vida el 12 de marzo de 1977 en Lanús, provincia de Buenos Aires y “trasladado” a la ESMA donde los marinos al darse cuenta de quién era y luego de torturarlo se lo pasaron a los Federales para que consumaran su venganza. Se sabe que estos ciñeron alrededor de su cabeza un suncho de acero para evitar que moviera la misma, con una tenaza oxidada le arrancaron los dientes y luego lo cegaron en vida sacándole las orbitas de los ojos con una cucharita. Para legalizar su muerte, fraguaron un inexistente tiroteo en el barrio de Caballito el 2 de junio del mismo año (Canalejas –hoy Felipe Vallese- entre Acoyte e Hidalgo). Su madre Pepita, (Josefina Gandolfi de Salgado), con una entereza ejemplar fue a reclamar el cadáver y a reconocerlo”.
Por último, la querella que entabló el comisario (R) Hugo Raúl Biazzo contra Mario Eduardo Firmenich,Marcelo Kurlat, Horacio Verbitsky,Laura Silvia Sofovich, Miguel Ángel Lauletta, Norberto A. Habegger y Lila Victoria Pastoriza fue desestimada en varias instancias judiciales por prescripción y en el año 2012, finalmente, la Suprema Corte de Justicia ratificó que el atentado a la Superintendencia de la Policía Federal no constituía un crimen de lesa humanidad. Y así, para los 24 muertos asesinados cobardemente hace 45 años no hubo Justicia.
Fuente: Infobae